miércoles, 27 de abril de 2011

Regalo de Pedro Andreu

A papá:

los domingos, sin ti, son otra cosa

-------------------[Madrugada del 23 al 24 de noviembre]

La carretera mojada. Nuestro coche

que quema la calzada como una yegua triste.

Y atrás, a nuestra espalda, es ya Palma

de Naranja, Palma Negra.

Los campos se acobardan debajo de la lluvia

y el mundo se nos viste de nana de The Cure.

Almendros y algarrobos asustados

corriendo a nuestro lado, bajo el agua.

La madrugada en pánico. Cinco hermanos

a bordo de este coche borracho de dolor.

Atravesamos el camino de grava

donde mi hermana atropelló a una perra,

hace más de diez años.

La verja de nuestra casa abierta.

Una ambulancia. Las sirenas

—azul de pesadilla—

de un patrullero de la policía local.

Una madre llorando en el salón de casa

—nuestra madre—

donde aún nos juntábamos todas las navidades.

Nuestro padre sin vida en su cama de siempre,

roto como el motor de un ciento veintisiete.

Vértigo de oírlo todo como de demasiado lejos,

la lentitud de dieciséis cafés en una sola noche.

Trabajadores de la funeraria con guantes de látex

y ayudarles a llevar el ataúd

bajo la lluvia hasta una furgoneta.

Mamá de un lado al otro de la casa,

como una marioneta bajo efectos del válium.

Qué manera tenían las palabras de llenarse

de líquida torpeza, de pudrirse despacio

en nuestras bocas. A mis hermanas

la menstruación se les cortó de golpe en las entrañas.

El último cigarro de papá me miraba

desde aquel cenicero. La última cerilla que sus ojos

pudieron ver raspar y arder en el planeta Tierra.

Su cama ya deshecha para siempre.

Tenía el corazón tan grande que, al detenerse,

se vació del frío que ha invadido la casa.

--------------------[24 de noviembre]

Luego, al día siguiente, el velatorio

—y allí mi padre con un paquete

de Récord en las manos—

y familiares lejanos que se nos acercaban

a arañar todavía un poco más

nuestro dolor de carne con nombre y apellidos.

---------------------[Mediodía, 25 de noviembre]

Y al fin incinerarlo, aquel último paquete

de tabaco

entre sus manos,

que perdieron el tacto.

Sesenta y ocho años han cabido

en una urna negra.

--------------------[Atardecer bajo una higuera, 26 de noviembre]

Debajo de una higuera,

cinco hermanos, sus parejas,

una mujer –nuestra madre—,

diez nietos, un puñado de amigos

y la tarde agazapada encima de los campos.

De Dios no había rastro, pues papá era ateo

y nadie lo invitó. Cavamos media hora.

Plantamos a mi padre, regresamos

sus restos a la tierra, para que fueran barro.

Lanzamos unas rosas y claveles.

Dijeron a los niños que ahí

había que enterrar tesoros de su abuelo

porque se había ido a una estrella infinita.

Así que una de mis sobrinas le escribió una carta

y la dejó caer.

Otra le compró un paquete de cigarrillos negros,

y lo dejó caer.

Un tercero, entre lágrimas,

reunió sus cromos del Atleti

—era el club de papá—,

y los dejó caer.

Los nietos más pequeños pintaron unos folios

y los dejaron caer.

Mi hermano sacó de un bolsillo de su chupa

un libro que le habían publicado

y lo dejó caer.

Después echamos, uno tras otro,

una pala de tierra, hasta tapar el foso.

Y abrimos un paquete de tabaco

y fumamos un último cigarro de la marca

de papá, y si cerrabas ojos se le podía oler.

Entonces Venus brilló en el cielo

y mi sobrino de tres años dijo:

¡La estrella del abuelo!

¿Podemos ir a verlo en autobús?

-------------------[Ya ha anochecido, 26 de noviembre]

Así que hoy no me habléis

de todas esas cosas tristes

que a veces es la vida, ni de papá tan muerto

como una olla de barro crujida a la mitad

ni de estas plumas negras que nos dejó su ángel.

Nos enseñó a gozar de las cosas sencillas,

cotidianas, del placer escondido en cada gesto.

Y hoy lo hemos sembrado debajo de la higuera

que él mismo había plantado hace más de treinta años.

Y hemos hecho paella en el fuego de leña

y nos hemos sentado a la mesa de piedra,

como cada semana. Pero falta una silla.

Ya siempre nos faltará una silla

a la mesa

los domingos.

Hemos plantado

la vida de mi padre debajo de su higuera.

He heredado un jersey.

Lo llevo puesto para escribir este poema.

Lo he mojado de lágrimas. Pero no importa.

Lo difícil será volver a nuestro campo y saber

que no aparecerás en bata a recibirnos.

Quisiste regalarnos las ganas de vivir, sencillamente eso,

pero no quedan fuerzas...

Cuánto cuesta borrarte de la vida,

aunque ella te haya borrado a ti ya

y continúe girando a nuestro alrededor el mundo,

como si nada hubiera sucedido anoche.

Cuesta tanto aceptar que no crujiera el eje del planeta

a las doce y catorce de ayer noche,

cuando llegó la nada a tocar a tu puerta

y a llenar de basura

las próximas semanas de nosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta muchisimo esta entrada, el texto es tuyo?

Sílvia dijo...

No, Macarena, es de Pedro Andreu,un poeta mallorquín que conocí hace unos meses y la verdad es que me fascina, el poema es un poco largo pero increíble, es el único poema que me ha hecho llorar en lo que llevo de vida. Este poema es del poemario "Anatomía de un ángel hembra", Casabierta-ed, 2008, pero no quedan ejemplares y no se reeditará hasta el próximo otoño. Te recomiendo "El frío", editorial Sloper 2010, este sí que lo encontrarías :):)