martes, 30 de octubre de 2012

Ciudad.

Estábamos en la ciudad de la lluvia, con ese frío que cala en los huesos y los pies húmedos. Las luces allí no se veían nunca iguales. Pasaba igual con los sonidos de la calle. Y la música, que a veces se repetía, pero que era distinta. Nos sentábamos en aquellas inmensas escaleras a observar la gente que salía de la creppería, enamorados de la vida. Contábamos los turistas que le sacaban fotos a una sombra, a lo que, sin ser, todos veían. No nos importaba la hora, volver a casa era un camino cuesta a bajo, como una canción de Gardel. Mirábamos al suelo para recordar lo que otras veces había caído del cielo. Hablábamos de placeres, placeres que arrastran aunque duelen. Pásabamos por debajo del puente y nos parábamos en el escaparate de A Reixa. Saludábamos siempre al mismo portero, y recordábamos los conciertos con las mismas ganas que esperábamos el siguiente. Nos reíamos de las cosquillas, de la inutilidad del presente, que nunca había sido tan bonito, y que siempre ha ido a más. Nos colgábamos de las paredes, y regalábamos gominolas porque venderlas era imposible. No entendían que la eternidad fuera tan barata. Nos acurrucábamos en los callejones y en varias copas de vino. Nos hacíamos caso. Corríamos para cazar el aliento del otro. No éramos super héroes pero nos salvábamos. Éramos eternos. Jugábamos a las dos verdades y una mentira, mientras esperábamos al amanecer. Hacíamos varias veces el recorrido completo de la línea 2 del bus. Cantábamos bajo la lluvia. Nos intentábamos colar en la noria, los días de noria. Cerrábamos los ojos cuando nos arrepentíamos. No hablábamos de marchar, estaba prohibido. Nos drogábamos de fe. Y te metía el dedo en la nariz, para ver la mueca posterior. Nos escondíamos en las sombras de la ciudad. No queríamos encerrarnos, la calle era nuestra. Te hacias el borracho. Volvía cogida de tu brazo. Engañábamos a los taxistas del centro. No teniamos clase. Haciamos yoga en la hierba húmeda. Tomábamos café en el bar de mi portal. Nos cansábamos despacio. Inventábamos nombres el uno para el otro. Hacíamos grabaciones para el día siguiente. No dejábamos que la ciudad nos volviera pequeños, creo que nos hacía inmensos. Nos mandábamos al infierno. No importaba lo que hacíamos, sólo hacerlo. Nunca nos vimos tristes, aunque sabíamos cuando lo estábamos. Prometimos en silencio no olvidarlo :)


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