domingo, 9 de mayo de 2010

Un día frío...


Nieva en mi corazón. Un frío gélido azota la ciudad. Todo comunica. Se especula que podría tratarse del día más frío de la historia. Diríase que el sol ha desaparecido para siempre. El viento es cortante; los copos de nieves son más ligeros que el aire. ¡Blanco! ¡Blanco! ¡Blanco! Explosión sorda. No se ve más que eso.

Las pequeñas callejuelas se metamorfosean. Las fuentes se transforman en jarrones helados que sujetan ramilletes de hielo. El viejo río se ha disfrazado de lago de azúcar glaseado y se extiende hasta el mar. Las olas resuenan como cristales rotos. Los árboles parecen grandes hadas que visten camisón blanco, estiran sus ramas, bostezan a la luna y observan cómo derrapan los coches de caballos sobre los adoquines. El frío es tan intenso que los pájaros se congelas en pleno vuelo antes de caer estrellados contra el suelo. El sonido que emiten al fallecer es dulce, a pesar de que se trate del ruido de la muerte.
Observo inmóvil a través del cristal como los pájaros y los copos de nieve se estrellan contra la ventana silenciosamente. Dejo que mis pensamientos deriven hacia la melancolía, mis ojos se cierran sin crisparse, mi piel pálida se confunde con las sábanas y mi cuerpo se derrite en la cama. Me he cansado de correr, mis talones se enredaban, mis tobillos vacilaban hasta que finalmente me caí, en mi interior, emito el ruido de una hucha rota. No quiero que se me hiele el corazón, me niego. Tiemblo y no es por culpa del frío, esta vez no. Me da igual parecer una muñeca de porcelana, no he escapado de ninguna juguetería y mi vida no es un juego de dados.
Fuera continúa nevando con auténtica ferocidad. La hiedra plateada trepa hasta esconderse bajo los tejados. Las rosas translúcidas se inclinan hacia las ventanas, sonrojando las avenidas, los gatos se transforman en gárgolas, con las garras afiladas, quieren cortar tú yugular de poeta.
En el río, los peces se detienen en seco con una mueca de sorpresa. Todo el mundo está encantado por la mano de un soplador de vidrio que congela la ciudad, expirando un frío que mordisquea las orejas. En escasos segundos, los pocos valientes que salen al exterior se encuentran paralizados, como si un dios cualquiera acabara de tomarles unas fotos. Click! Los transeúntes, llevados por el impulso de su trote, se deslizan por el hielo a modo de baile. Es su baile de domingo. Son figuras hermosas, cada una en su estilo, ángeles retorcidos con bufandas suspendidas en el aire, bailarinas de caja de música en sus compases finales, perdiendo velocidad al ritmo de su ultimísimo suspiro.
Por todas partes, paseantes congelados o en proceso de estarlo se quedan atrapados. Solo los relojes siguen haciendo batir el corazón de la ciudad como si nada ocurriera, como si yo no existiera y el mundo no me conociera.
Y yo sigo aquí, en la misma posición, viendo caer la nieve por mi ventana, inmóvil, esperando algo que no ocurre, a alguien que no llega.


A mí nunca se me congelará el corazón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues a ver si llega el corazón a esa ciudad tuya...a ese corazón no?
Un beso!

Gabiprog dijo...

Que la contemplación no se convierta en obsesiva espera, los adjetivos cambiarían de significado y no es el caso...

Feliz semana.