sábado, 24 de noviembre de 2012
domingo, 11 de noviembre de 2012
Invisibilidades
Si lo imagino, te llevaría el desayuno cada domingo a la cama, esa cama que
nos habría visto tantas veces comernos vivos. Pan recién tostado y zumo recién
hecho, todo muy reciente, como tus manos que me acarician la vida después del
desayuno, que me vulneran. Inexistentes.
Encajaremos salvajemente, y te agarraré del brazo para detenerte en mitad
de la calle. Unas veces para besarte, otras sólo para mirarte de nuevo.
Nos susurraremos las historias de nuestros fracasos, y
nos lloraremos si hace falta. Nos sentaremos en cada banco de la ciudad a
escuchar el primer canto de los pájaros al amanecer. Creo que ese primer canto siempre es distinto.
Cocinaremos. A veces estaré más dulce, otras más
salada. Contigo pasará igual. Te ayudaré a hacerlo y el vino me ayudará a mi.
Serás capaz de aspirar el vacío habitual de mis domingos
llevándome a comprar libros de segunda mano, follándome viva después de leerme Cortázar,
despertándome con un princesa y jodiendo la calma nocturna de los
vecinos. Amaremos cada contradicción, cada sonrisa y cada enfado.
Me quedaré en todas las estaciones, y te protegeré de todo y nada. Compartiremos
el postre, y viajaremos juntos sin salir del sofá. El mundo será distinto bajo las mantas.
¿Crees que pido mucho? A veces me canso y me desespero. Y se esconde esa
paciencia que tanto me caracteriza. Te espero, como quien desea el verano en
pleno febrero, subsistiendo en este escenario blanco y vacío. Te proyecto
como se organiza un viaje sólo de vuelta, con un plano lleno de cruces en todas
las calles que de antemano he pisado contigo, aunque nunca hayas estado en
ellas. Sin ser conscientes hemos paseado con correa a mi nudo en la garganta, a
mi hueco del estómago, a mis mariposas, a mi necesidad continua de huir en cada
oportunidad que tengo de advertirme más incapaz de huir de mí misma,
rindiéndome de esta suerte a la certeza. Y es que el problema igual soy yo.
Te concibo como al escritor de mi libro de cabecera, aquel que hizo magia
describiendo una guerra de calcetines que aún no aconteció. Te agiganto como se
hace en catálogos de moda con las fotos, te exagero como los anunciantes de las
paradas de autobús: detergentes para ropa sin estrenar y anuncios de rímmel con
pestañas postizas.
Te acomodo entre dos ideas, te acoplo en los pocos huecos que aún me quedan libres, en un pedazo de la imaginación que en otro tiempo presumió de desahogo espacial, donde la ventana siempre está abierta para que no dejes de arrojar piedras por si un día, sin querer, te hago llorar y nos hundimos los dos. Ven a cantarme. Tú puedes.
Te idealizo como a un genio muerto, aunque estés más vivo de lo que yo he estado en meses. Lo hago como lo hace cualquiera que se enamora de un personaje, olvidando al total del actor que hay detrás. Como a las revoluciones, creyéndote el milagro político que lo cambiará todo, como los fanáticos religiosos a sus dioses de barro y oro.
Te acomodo entre dos ideas, te acoplo en los pocos huecos que aún me quedan libres, en un pedazo de la imaginación que en otro tiempo presumió de desahogo espacial, donde la ventana siempre está abierta para que no dejes de arrojar piedras por si un día, sin querer, te hago llorar y nos hundimos los dos. Ven a cantarme. Tú puedes.
Te idealizo como a un genio muerto, aunque estés más vivo de lo que yo he estado en meses. Lo hago como lo hace cualquiera que se enamora de un personaje, olvidando al total del actor que hay detrás. Como a las revoluciones, creyéndote el milagro político que lo cambiará todo, como los fanáticos religiosos a sus dioses de barro y oro.
Te hiperbolizo
como al amor eterno, cuatro manos arrugadas que sigan acariciándose entre
cuatro paredes repletas de recuerdos intensos. ¿Dónde estás?
Seremos más
que recuerdos, comodidades y absurdidades. Se me despegará del esófago esa obsesiva
fijación con la tristeza. Se me despegará. Ella y yo siempre tan juntas,
sentadas las dos en el último asiento del autobús. Me escondía de ella pensando
en ti. Y a ratos ella quiere esconderse de mi jugando a la pita con un simple vendedor de amor sin espinas. Se me despegará. Buscando tu nombre en los libros, recordando dónde podía encontrarte,
sí.. como si ya lo hubiera hecho alguna vez. Letras insignificantes, en el fondo,
como estas, que resultaron ser desgarradoras, aunque hicieran el esfuerzo
inútil de callarte en mi memoria.
Te
he buscado en mi copa de ron, en el humo que se escapa por mis labios, en otros
besos, en otras camas, en otras manos, en otras palabras, canciones, poesías y
tequieros. Me dediqué a los simulacros de romanticismo de una noche y despedida
en el trayecto de puertas a ascensores ajenos.
Te siento. Aunque no haya nada. Sigo
queriendo. Quiero abrazos en el mar, besos de sal, vueltas con música en la
calle, los cafés para arreglar el mundo, la lluvia que nos resguardará, tus
brazos para perderme, todos los besos y todas las esquina de las ciudades a las
que iremos, bares que descubrir. Quererte turbio, dulce, íntimo. Que te pegues
a mi espalda con los dedos bajo mi falta, las respiraciones agitadas, las tardes
mirando al techo, sintiéndonos vivos. Vivos.
Saber que ya no habrá huídas sin importar las guerras previas. Que habrá
días en que no subiremos las persianas por no querer regresar al mundo real.
Que pronto, entonces, seremos reales en ese mundo.
Te sigo sintiendo. Sí, aunque no existas para mi. Aunque siga siendo de noche y yo siga midiendo las distancias a oscuras. Escribiré canciones para ti. Y primero habrá cosquillas
y luego melodías. Mientras, se me enfría la paciencia esperándote. Tendríamos
plantas en casa, y mucha luz. Nos robarían el oxígeno, pero nos sobraría. Sueño
con algo que siga el mismo funcionamiento, que me sujete firmemente de los
hombros y no me deje caer nunca más al suelo del baño entre lágrimas. Sueño
contigo.
Sigo queriendo a alguien que me haga rodar por las calles de su mano, sin
importar el tiempo, ni la resonancia de tanto amor rasgado. Quiero tu sonrisa
al final del día, las palabras precisas antes de hibernar hasta nuestra próxima
vez, el eco de tus pasos, la mitad de tu sombra en días de tormenta
resguardándote del frío con la mano metida en el bolsillo de la chaqueta. Quiero
dejarte notas de buenos días, y enganchar fotos en la nevera. Y en el espejo
del baño puede que también. No negociaríamos horarios ni perdones, ni nos
temblarían los dedos al escribirnos cartas de amor, te leería al oído, y te
pediría cuentos, verdades, libertades y calma. Quiero ternura y arrebatos, y
que seas el culpable reincidente de mis hoyuelos con agujetas. Tu risa, tu
música, lo frágil de los susurros bajo las sábanas, y la ironía de sentirme
enorme cada vez que me llamas pequeña.
No obstante, nada es real.
Más que tu invisibilidad.
Madrugadas
Me hablas de volar y yo no paro de llorar.
Leo y ya no me encuentro en esas letras. Escribo y no quiero verme.
La ventana nunca fue tan inalcanzable para saltar.
Esta vez me encierro. Y quiero que vengas tú a cogerme de la mano.
A llevarme contigo.
Te vuelvo a oir, a imaginar, a llorar. Ya no se si te lloro a ti o me lloro a mí.
Ahora pienso en el pecado, que no quieres reconocer. Y me lloro a mí esta vez.
Y a ti te odio un rato. Hasta darme cuenta de que no eres tú.
Sigues sin ser tú.
Y ese tú nunca fue tan nosotros. Un nosotros que alejo hasta convertir en un ellos.
Ellos, desconocidos, vacíos.
Ese tú, aún no apareció.
Y ahora le lloro a él.
Leo y ya no me encuentro en esas letras. Escribo y no quiero verme.
La ventana nunca fue tan inalcanzable para saltar.
Esta vez me encierro. Y quiero que vengas tú a cogerme de la mano.
A llevarme contigo.
Te vuelvo a oir, a imaginar, a llorar. Ya no se si te lloro a ti o me lloro a mí.
Ahora pienso en el pecado, que no quieres reconocer. Y me lloro a mí esta vez.
Y a ti te odio un rato. Hasta darme cuenta de que no eres tú.
Sigues sin ser tú.
Y ese tú nunca fue tan nosotros. Un nosotros que alejo hasta convertir en un ellos.
Ellos, desconocidos, vacíos.
Ese tú, aún no apareció.
Y ahora le lloro a él.
sábado, 10 de noviembre de 2012
Conversaciones entre extraños
Te pregunté qué color veías al cerrar los ojos.
Yo azul. Dije.
Respondiste que no veías un color, sino formas geométricas.
No preguntaste por mi azul.
Era el de sus ojos.
Yo azul. Dije.
Respondiste que no veías un color, sino formas geométricas.
No preguntaste por mi azul.
Era el de sus ojos.
jueves, 8 de noviembre de 2012
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