sábado, 25 de mayo de 2013

Mi puzle


Al único chico
que lleva un libro de Bukowski
en la guantera del coche,
por ser pieza clave.



La vida es al fin y al cabo como un gran puzle, un completo rompecabezas que dirían algunos, y no les quito la razón, todo lo contrario. Creo que esta es una de mis teorías vitales, pieza a pieza, con calma y la destreza que nos otorga el día a día; nos construimos.

Al principio – porque todo ha de tener un inicio -, al nacer, es sencillo y fácil, porque son pocas las piezas que debemos encajar, y aunque estamos empezando a descubrirlo todo, tenemos pocas preocupaciones – o menos de las que en un futuro nos aguardan -. De hecho, solemos tener a esas dos personas grandes que andan siempre pululando a nuestro alrededor y que nos ayudan a colocar esas primeras piezas, y qué importantes son para que entonces todo encaje.

Nuestros padres son los que nos ayudan a ir colocando las primeras y quizás las más importantes, porque nos dan las bases para empezar todo el entramado. Todo es normal, tanto por nuestra parte como por la de ellos. Nosotros empezamos ahora, ellos ya están de vuelta de todo.

Nosotros descubrimos nuevas cosas, ellos ya van por la síntesis. Nosotros vemos tan solo el momento presente, ellos ven una vida entera. Nosotros nos creemos capaces de todo, ellos se creen indispensables hasta para la menor cosa. 

Nosotros vemos pasar el tiempo quizás demasiado de prisa, a ellos les cuesta creer que tú no eres el “mocoso” de siempre. Nosotros somos una libertad que se yergue; ellos, una autoridad que se siente algo amenazada. 

Nosotros nos sentimos revolucionarios por naturaleza y quizás por ignorancia; ellos son conservadores por experiencia.

Y lo mejor del caso es que será siempre así. Es una ley de la humanidad. Y lo malo es que los seres humanos tendemos a tener la memoria corta. 

Sin embargo somos nosotros, los que tenemos que hacer nuestra vida, cada cual la suya, rehaciéndonos y reinventándonos a cada paso, a cada momento. Y cada persona, cada situación y cada experiencia son nuevas piezas que ir encajando en nuestro gran puzle.

En muchas ocasiones dudamos de donde colocar la pieza que en ese momento cae en nuestras manos y nos sentimos confundidos, porque no sabemos si va al lado de nuestro corazón o tan solo está allí para ayudarnos a recolocar otras piezas que andan sueltas y no encuentran su lugar.

Pasa a veces que creemos que alguna son poco importantes o quizás a primera vista puedan parecerlo, pero al igual que son muchas las piezas que componen un cielo azul, todas tienen un valor incalculable, porque si falta tan solo una, las demás no tienen sentido.

El ser humano es soñador por naturaleza, lo que hace que muchas veces pierda el norte real de las cosas, tenemos tantas ilusiones, hacemos tantos planes en base a lo que hemos soñado, que cuando estos fallan o no se cumplen tal y como habíamos esperado, el abatimiento nos inunda, son esos momentos en que nos encontramos con un montón de piezas y no sabemos qué hacer con ellas.

Y es que no siempre depende de nosotros mismos, el conseguir que estos sueños se realicen, y es entonces cuando se mezclan las piezas de otro puzle para formar uno más grande.

Entonces hay un tiempo de desbarajuste total, diferentes paisajes, diferentes momentos que cada cual ha vivido por su lado y que tan solo con mucha paciencia, una gran dosis de comprensión y mucha fuerza de voluntad se pueden ir superando.

Son esas vivencias que a lo largo de todo este tiempo hemos tenido las que nos forman como personas, en las que nuestra personalidad se basa, para que a la hora de reaccionar ante estos momentos de desconcierto, tomemos las decisiones más oportunas.

Y aunque no siempre son las mejores, ni las que nos hacen más felices, tenemos que colocar esas piezas también, encajarlas como mejor podamos dentro de nuestra mente y lo que es más importante dentro de nuestro corazón.

En muchas ocasiones complicamos las cosas más sencillas, pero por suerte las personas tenemos el don de la palabra y cuantas veces desperdiciamos esta gracia y callamos en los momentos en que una sola palabra haría que encajaran cien piezas de golpe. 

Y ¿por qué? Por nuestros miedos, tantos miedos que nos detienen, tantos miedos que nos coartan. Qué pensaran los demás de mí si en este momento encajo esta pieza en mi vida, qué dirán de mí si no hago, precisamente, lo que ellos esperan, etc.

Y hasta ese extremo llegamos a condicionar nuestras vidas, y en la mayoría de casos, nos perdemos lo mejor que nos tiene guardado, las sorpresas que nos depara el destino y que hacen que merezca la pena seguir sin rendirse.

A veces esos trozos que forman nuestro puzle cambian de valor y lo que hasta hace un tiempo era pieza base en nuestra vida, donde giraba todo a su alrededor, por un motivo u otro pasa con el tiempo a un segundo plano.

Podrían ser los amigos que en nuestro camino encontramos y que en su momento son tan importantes y que el tiempo o la distancia hacen que se olviden, aunque no del todo, porque cada una de las personas que a lo largo de nuestra vida conocemos hace que se enriquezca esta.

Inevitablemente algunas dejan un rastro de dolor a su paso y una marca de la herida que causo, que como una pequeña cicatriz, en un principio duele a rabiar, para acabar dejando tan solo una señal que con el tiempo, casi ni la vemos o que solo nos acordamos de ella en contadas ocasiones.

Son surcos de unión entre pedazo y pedazo, necesarios para que todo encaje, porque al igual que no sabríamos distinguir entre penas y alegrías, sino hubiera de las dos cosas para poder comparar, tampoco sabríamos cuando algo es bueno, si no tuviésemos algo de malo. Y es que aunque a veces nos cueste reconocerlo también disfrutamos el doble de un día de sol si el anterior fue triste y lluvioso.

Ya sé que son tópicos, pero cuantas veces en situaciones que nos creemos al límite de nuestras fuerzas, cuando no encontramos la salida, cuando parece que todo nuestro puzle se nos cae encima, porque alguien ha dado un fuerte golpe encima de la mesa y nos ha descolocado todo. Olvidamos que no es así, que de una forma u otra se sale, más o menos dañado, pero mientras se tiene un aliento y un latir en el corazón, el paisaje de nuestra vida seguirá pintándose pieza a pieza. 

Así pues somos un conjunto de características, de recuerdos, de deseos, de frustraciones, de mil cosas que hacen de nosotros la persona que somos. Somos un puzle a medio terminar, un puzle del que vamos perdiendo algunas piezas por el camino y encontrando otras. Siempre a medio hacer, siempre renaciendo.

Las fichas que nos componen son muy variadas y no siempre podemos elegirlas (lo que quiere decir que, otras muchas veces, sí que podemos deshacernos de aquello que no nos gusta, y cambiarlo). Somos nuestros miedos, pero también somos nuestra capacidad de sobreponernos a ellos. Intentamos dejar de ser aquello que olvidamos, echándolo de nuestro lado y de nuestra memoria, pero inevitablemente seguimos siendo parte de lo que éramos cuando lo recordábamos, porque cada experiencia nos marca y como he dicho, todo lo vivido deja cicatrices que no siempre podemos borrar sólo por desearlo.

Somos parte de aquello de lo que nos rodeamos; nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros amores... hacen marcas en cómo somos y cómo seremos mañana. Son más piezas que nos completan, sin las que no seríamos nosotros mismos.

Somos un puzle en continuo movimiento, con dibujo cambiante pero siempre teniéndonos a nosotros como imagen de fondo en ese paisaje. Y ese puzle -al menos, mi puzle- nunca está terminado, por lo que siempre que nos detengamos a mirarnos en el espejo, siempre que pensemos detenidamente en quiénes somos, en nosotros mismos... nos atacará una sensación de estar incompletos, de que algo nos falta, de que no somos un ente estable y definido. Un pequeño vacío latiendo dentro.

Pero es normal. Son las piezas del puzle que nos están esperando allá, tras la esquina o un poquito más lejos. Porque tiene que haber sitio para ellas, para las nuevas experiencias, las nuevas personas con las que nos cruzaremos y que también tienen que dejar su huella en nosotros. Así que, claro, nunca estamos completos, y cargamos siempre con ese pequeño vacío a nuestra espalda.

Porque sin él, sin ese vacío, no habría hueco para nada más. Para más piezas, más sueños, más amores, más amigos que hoy no conocemos, más experiencias. ¿Quién querría andar por la vida siendo un puzle en el que no cupiera una sola pieza más? Así que ese vacío que a veces nos ahoga... no deja de ser una suerte.



3 comentarios:

May R Ayamonte dijo...

La vida es un puzle, una maravillosa metáfora.
Sin duda al principio es fácil, pero cuando estás en mitad del puzle sueles quedarte pillado.

Un beso! May R Ayamonte

Anónimo dijo...

Me en-can-tó

primero dije: -neee, es una entrada larga, pasaré de largo.
Pero qué gusto, la verdad que encontré -reconocí- varias piezas, una nueva filosofía, y a mi paisaje ya no le importaron esos vacíos, de hecho los huecos se expandieron -intencionalmente-

Carlos V. dijo...

¡Ja! Coincido con Julio, iba a pasar de largo el texto pero me enganché.

Y ahora por tu "culpa" me quedaré reflexionando sobre varios aspectos de mi vida. Quizá haga una entrada con lo que logre concluir.

Saludos.