lunes, 7 de marzo de 2011


En mi casa de aldea estoy aguardando. La soledad es grande, pero empiezo a encontrar cobijo. El invierno borda nubes solitarias, pájaros errantes y husos dorados en el tapiz azul del cielo.

Observo cómo la tarde se va retirando. Mis pies se arrastran sobre las losas, y voy adonde tengo mis libros, amontonados dentro de cajas de cartón, nunca se me dieron bien las mudanzas, y la mitad de cosas siguen empaquetadas. Acaricio sus lomos desgastados, y dejo que el polvo aprisione tus dedos.

Está oscureciendo, y alguna flor está naciendo en mis macetas. Miro al cielo, más allá de mi ventana y de mi balcón, y le pido a los pájaros que acudan a mi encuentro. Ellos migran lejos, y no pueden permitirse la demora de cumplir mi encargo.

En la profundidad de la casa la campana del reloj anuncia la hora del recogimiento. ¿Cómo ha aparecido esa perla húmeda trabada entre las arrugas de mi rostro? Las nubes declinan toda responsabilidad.
¿Habrán sido mis ojos?

Las estrellas refulgen en el acero de los cielos. También llueve sobre tu rostro; también me andas buscando.


Este es el camino que lleva a mi casa, yo suelo salir a esperarte fuera..

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